En un país que se esfuerza por avanzar hacia la transformación digital, la educación tecnológica sigue siendo tratada como una asignatura menor. A pesar de estar presente en el currículo desde primero básico hasta segundo medio, solo el 6% de los profesores que la imparten cuentan con una especialización en el área. Este dato no es un simple número: es el síntoma de una falla estructural que amenaza con dejar a generaciones enteras sin las competencias clave para desenvolverse en un mundo crecientemente digitalizado.
UNA MATERIA CON GRAN PESO… Y POCA PRIORIDAD
En tiempos donde la inteligencia artificial, la robótica y la programación dejan de ser herramientas del futuro para convertirse en parte del presente, parecería lógico que la educación tecnológica fuera un pilar en la formación escolar. Sin embargo, la realidad es opuesta: se le asigna una hora pedagógica semanal desde primero básico, y apenas dos horas en primero y segundo medio. Esta baja carga horaria no solo debilita su impacto pedagógico, sino que también la vuelve poco atractiva como campo profesional para futuros docentes.
UN SISTEMA QUE SE IMPROVISA A SÍ MISMO
Según el estudio “¿Quién enseña tecnología?”, elaborado por el Centro de Investigación para el Mejoramiento de los Aprendizajes (UDD) y Conecta Educar, el 94% de quienes enseñan esta asignatura provienen de otras áreas —como Lenguaje, Artes o Ciencias— y han debido capacitarse por su cuenta o mediante cursos puntuales. Esto no es por falta de interés académico, sino por una ausencia total de ofertas de formación profesional sostenida. Desde 2014 no se imparten carreras de pedagogía en tecnología en universidades chilenas, y los postítulos vigentes son escasos y exigentes, tanto en tiempo como en condiciones para recibir la Bonificación de Reconocimiento Profesional (BRP).
LA CONTRADICCIÓN DE LA FORMACIÓN CONTINUA
Mientras el Ministerio de Educación señala que existen iniciativas como el Plan de Competencias Digitales y cursos en inteligencia artificial para docentes, estas no cuentan como especialización y no otorgan beneficios salariales. Además, requieren una disponibilidad que muchos profesores, que ya trabajan a jornada completa, simplemente no tienen. Así, el sistema exige especialización pero no la facilita, generando un círculo vicioso que impide avanzar en la profesionalización real del área.
VOCACIÓN VS. REALIDAD: LO QUE SE PIERDE EN EL CAMINO
No todo es negativo: hay docentes autodidactas que se destacan por su pasión, proactividad y compromiso con el aprendizaje continuo. Pero, como señala la profesora Daniela Simunovic, también existe el riesgo de que la asignatura sea usada como espacio de relleno, para practicar Simce o reforzar Lenguaje y Matemáticas. El resultado: la tecnología pierde su propósito, y los estudiantes pierden una oportunidad crítica para desarrollar competencias como la programación, el pensamiento crítico, la innovación o el uso responsable de herramientas digitales.
UNA DEMANDA CLARA: INVERSIÓN Y VOLUNTAD POLÍTICA
Las soluciones existen, pero requieren decisión. Más horas en el currículo, oferta formativa pertinente y accesible, y una revalorización real del rol de la tecnología en el proceso educativo. Como afirma el estudio, se necesita una combinación de políticas públicas sostenidas y alianzas estratégicas que garanticen formación gratuita y de calidad para los docentes. También se debe revisar el modelo de incentivos para que los profesores puedan especializarse sin castigar sus ingresos ni saturar sus jornadas laborales.
CONCLUSIÓN:
En palabras del informe: “El país no puede darse el lujo de seguir improvisando en un área que es clave para el desarrollo de sus estudiantes y su futuro digital”. No se trata solo de formar programadores o ingenieros, sino de entregar a todos los niños y jóvenes las herramientas necesarias para comprender y transformar el mundo en que viven. En pleno siglo XXI, seguir dejando esta responsabilidad en manos de la improvisación es una negligencia que no podemos permitirnos.
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF